
En casi todas las familias hay historias que sobreviven al tiempo.
Relatos susurrados entre lágrimas, contados en velorios, en noches de duelo o en charlas íntimas donde el dolor y el misterio se entrelazan.
Historias de despedidas que nadie pidió, pero que dejaron una marca imposible de ignorar.
¿Puede un ser querido despedirse después de la muerte?
¿Es posible que lo inexplicable tenga una raíz espiritual?
¿O estamos siendo engañados por algo que no vemos?
Yo crecí escuchando historias así. Pero no de oídas. Las viví de cerca, a través de mi abuelita.
Una mujer sencilla, generosa, profundamente devota.
Católica de fe vivida más que proclamada. Rezaba el rosario, asistía a misa por televisión, y servía a los demás sin hacer alarde.
Su forma de creer era humilde, compasiva, y, sobre todo, sincera.
Y sin embargo, había algo en ella que nos dejaba con preguntas difíciles de responder: decía que los muertos se le despedían.
Y lo decía con la naturalidad de quien describe algo que vio con los ojos abiertos.
Las despedidas que estremecen
Uno de los primeros relatos que recuerdo fue el de la tía de mi abuelita, quien estaba internada en el hospital, gravemente enferma.
Mi abuelita no estaba presente en la ciudad. Y sin embargo, una noche, nos contó —con ojos que no mentían— que su tía se le había aparecido en su habitación.
No solo eso: describió con lujo de detalles la bata que llevaba puesta.
Un diseño preciso. Colores específicos. Unos adornos que ella nunca había visto en vida.
Lo inquietante vino después.
Esa bata había sido comprada por el esposo de la tía poco antes de su muerte, pero ella nunca quiso ponérsela.
Tras fallecer, su hermana —una monja, racional y escéptica— y su esposo decidieron vestirla con esa bata para el sepelio.
Nadie más había visto esa bata. Solo ellos dos.
Pero mi abuelita la describió exactamente.
¿Fue una despedida? ¿Una visión? ¿Un susurro de otro mundo?
La visita de su madre
Años más tarde, la madre de mi abuelita enfermó y falleció.
Ella, nuevamente, se encontraba lejos.
Esa noche, sola y llorando en su habitación, dijo haberla visto descendiendo desde el techo, envuelta en una luz cálida y suave.
“No estés triste por mí. Estoy bien aquí y cuidaré de ti.”, le dijo.
Mi abuelita, con el corazón apretado, le pidió que también cuidara de sus hijos.
Y esa imagen, ese momento, quedó grabado para siempre en su memoria.
Para ella, no fue una imaginación. Fue una despedida.
Las advertencias nocturnas
Los años pasaron, pero los relatos no cesaron.
Mi abuelita, ya viviendo con nosotros, solía despertarse en la noche diciendo:
“Alguien me ha tocado. Se están despidiendo. Alguien ha muerto.”
Mi madre intentaba tranquilizarla. Le decía que era solo un sueño.
Pero por la mañana, el teléfono sonaba.
Un familiar, un conocido, alguien de lejos había fallecido.
Otra vez. Una y otra vez.
¿Coincidencia? ¿Sensibilidad especial? ¿Algo espiritual?
Cuando lo inexplicable nos toca
¿Cómo explicar estas experiencias?
¿Cómo entenderlas sin negar el dolor de quien las vive, pero sin abandonar la verdad bíblica que nos guía?
La respuesta no está en ridiculizar ni en aceptar sin filtro.
Está en discernir con amor.
Y en volver siempre a la Palabra.
¿Qué dice la Biblia?
La Escritura no deja margen de ambigüedad respecto a la conexión entre vivos y muertos:
“Los vivos saben que han de morir, pero los muertos no saben nada; no tienen ya ninguna recompensa, y su memoria cae en el olvido.”
— Eclesiastés 9:5 (NVI)
“Está establecido que los seres humanos mueran una sola vez, y después venga el juicio.”
— Hebreos 9:27 (NVI)
Los muertos no regresan, no se comunican, no transmiten mensajes.
Si alguien se aparece, si una voz susurra, si un sueño parece tan real…
no proviene del cielo.
“Y no es de extrañar, ya que Satanás mismo se disfraza de ángel de luz.”
— 2 Corintios 11:14 (NVI)
El enemigo busca engañar apelando a nuestro dolor.
Se disfraza de consuelo para desviar nuestra fe.
Se presenta como recuerdo… para robar la verdad.
¿Cómo discernir con claridad?
En momentos de duelo, el alma está vulnerable.
La tristeza nos vuelve más susceptibles.
Y ahí surgen varias posibilidades:
- El poder de la sugestión: nuestra mente, dolida y cansada, puede crear imágenes y sensaciones como forma de consuelo.
- Sueños vívidos: el cansancio y el dolor pueden generar experiencias que parecen reales.
- Engaño espiritual: la Biblia advierte sobre espíritus que imitan a los muertos, buscando desviar nuestra confianza de Cristo.
“Porque hay un solo Dios y un solo mediador entre Dios y los hombres: Jesucristo hombre.”
— 1 Timoteo 2:5 (NVI)
¿Cómo responder con amor y verdad?
Si alguien se acerca y te comparte una experiencia así, no lo ridiculices.
No lo juzgues.
No lo desacredites.
Escúchalo con respeto.
Y luego, con ternura pero con firmeza, muéstrale la verdad.
“Aprecio mucho que me cuentes esto. Me imagino lo fuerte que fue para ti. Pero ¿te gustaría que veamos juntos lo que dice la Biblia sobre esto?”
No se trata de invalidar emociones.
Se trata de redirigir la fe.
Del consuelo humano al consuelo eterno.
Conclusión: la paz verdadera viene de Cristo
Si alguna vez has sentido que un ser querido se despidió de ti, no estás solo.
Pero te invito a mirar esa experiencia con los ojos de la fe, no de la emoción.
Cristo es el único que intercede.
El único que escucha.
El único que tiene poder para consolar, sanar y redimir.
“No se dejen engañar de ninguna manera.”
— 2 Tesalonicenses 2:3a (NVI)
No necesitamos despedidas místicas.
Necesitamos abrazar la promesa de que, si ellos creyeron en Jesús… los volveremos a ver.
Y si aún no lo han hecho… confiamos en la justicia y la misericordia perfecta de Dios.
Oración final
Señor Jesús,
en este mundo lleno de voces, recuerdos y señales confusas,
líbranos del engaño.
Abre nuestros ojos y nuestro entendimiento.
Que nuestra fe no se base en emociones ni apariciones,
sino en tu Palabra eterna.
Danos sabiduría para discernir,
y compasión para hablar con quienes han sido confundidos por el dolor.
Tú eres suficiente.
Tú eres la verdad.
Tú eres nuestra paz.
En tu nombre oramos. Amén.
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