
Una invitación a mirar solo a Cristo
La semana pasada, mi esposo y yo asistimos al servicio dominical en la iglesia que frecuentamos. El mensaje fue profundo y bíblico, pero hubo una frase —breve, directa— que me atravesó como una verdad esperada.
Era algo que llevaba tiempo sintiendo, algo que me inquietaba en silencio pero que no había logrado verbalizar.
Y entonces, el pastor, al hablar de la diferencia entre la fe cristiana verdadera y ciertas prácticas religiosas populares, dijo con total claridad:
“Muchos oran y piden milagros a seres humanos como nosotros. Pero lo que no se dan cuenta es que muchos de ellos ya están en la gloria de Dios… y no tienen injerencia en lo que sucede aquí. Es más, ni siquiera escuchan a los que les piden cosas en la tierra.”
Silencio.
Reflexión.
Confirmación.
Algo dentro de mí dijo: “Esto es verdad. Y muchos aún no lo saben.”
¿A quién estás dirigiendo tu fe?
Hoy en día, hay muchísimas personas que oran con sinceridad… pero con el enfoque equivocado.
En muchas religiones —y tristemente también dentro del catolicismo popular— la devoción se ha desviado del Dios vivo hacia figuras humanas.
Se le ora a María, a los santos, a imágenes, a estampas.
Se encienden velas, se recitan oraciones prehechas, se hacen peregrinaciones… todo con la esperanza de obtener milagros o favores.
Pero… ¿qué dice realmente la Palabra de Dios?
“Porque hay un solo Dios y un solo mediador entre Dios y los hombres: Jesucristo hombre.”
— 1 Timoteo 2:5 (NVI)
Este versículo no deja lugar a confusión.
No hay múltiples mediadores. No hay jerarquía celestial de intercesores.
Solo uno puede llevar nuestras oraciones al Padre: Jesucristo.
Ni María.
Ni Pedro.
Ni ningún santo o siervo fiel del pasado.
Solo Jesús.
El error de poner nuestra fe en los muertos
La Biblia no solo aclara a quién debemos orar, sino que también advierte claramente sobre cualquier intento de conexión con los muertos.
“Que nadie entre los tuyos practique adivinación… ni consulte a los muertos. Porque el Señor aborrece a quienes hacen estas cosas.”
— Deuteronomio 18:10-12 (NVI)
No se trata de una opinión moderna.
Es una instrucción directa del Dios que no cambia.
Cuando una persona muere, su alma no continúa interactuando con este mundo.
Está en la presencia de Dios… o separada de Él.
“Está establecido que los seres humanos mueran una sola vez, y después venga el juicio.”
— Hebreos 9:27 (NVI)
No hay un ministerio post-mortem de los santos.
No hay intervención espiritual de parte de ellos.
Eso es tradición humana, no verdad bíblica.
¿Por qué entonces tanta gente lo cree?
La respuesta es sencilla y triste a la vez:
muchas personas no leen la Biblia.
Aceptan lo que escucharon desde niños, lo que les enseñó un líder religioso, o lo que la tradición familiar repite sin pausa.
Y nunca se detienen a abrir la Palabra por sí mismos.
Hace poco, una tía —católica practicante— me dijo:
“La Biblia es arcaica… ahora hay textos más modernos.”
Mi corazón se rompió.
Porque no hay nada más moderno, más eterno y más necesario que la Palabra de Dios.
“Seca se la hierba y se marchita la flor, pero la palabra de nuestro Dios permanece para siempre.”
— Isaías 40:8 (NVI)
Jesús mismo reprendió a los religiosos de su época por este mismo error:
“Ustedes han dejado de lado los mandamientos de Dios para aferrarse a las tradiciones de los hombres.”
— Marcos 7:8 (NVI)
Dios no se agrada de una fe que repite costumbres.
Él busca una fe que escuche Su voz.
Entonces… ¿a quién debemos orar?
La respuesta no es compleja.
Es hermosa por su sencillez.
Debemos orar solo a Dios, en el nombre de Jesús.
“Y todo lo que pidan en mi nombre, yo lo haré; así será glorificado el Padre en el Hijo.”
— Juan 14:13 (NVI)
Jesús no es uno más entre muchos.
Es el único.
Es el camino, la verdad y la vida.
“Nadie llega al Padre sino por mí.”
— Juan 14:6 (NVI)
No hay otro acceso.
No hay otra puerta.
No hay otro que escuche tus oraciones con poder para responder.
¿Y qué hay de María?
María fue una mujer admirable.
Fiel. Humilde. Elegida por Dios para una tarea gloriosa: ser la madre del Salvador.
Pero incluso ella sabía que necesitaba redención:
“Mi alma glorifica al Señor, y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador.”
— Lucas 1:46-47 (NVI)
María nunca se presentó como mediadora.
Nunca pidió ser adorada.
Nunca prometió favores.
Ella señaló siempre a Jesús, no a sí misma.
Y eso, por sí solo, es una lección para todos nosotros.
Conclusión: una fe que escucha a Dios… no solo al sacerdote
Queridos lectores, si has creído por años que orar a otros “intercesores” era válido, no te culpes.
Muchos de nosotros hemos caminado por senderos confusos antes de encontrar la verdad.
Pero Dios no quiere que vivas con dudas heredadas. Quiere que lo conozcas personalmente.
Abre la Biblia. Examina lo que crees.
No porque desconfíes de tu historia, sino porque quieres que tu fe tenga fundamento verdadero.
“Examínenlo todo; aférrense a lo bueno.”
— 1 Tesalonicenses 5:21 (NVI)
Dios quiere una relación contigo, sin intermediarios humanos.
Una fe directa. Viva. Centrada en Cristo.
Una fe que no necesita imágenes, ni estampas, ni tradiciones… solo verdad.
Oremos
Señor Jesús,
abre los ojos espirituales de quienes sinceramente te buscan, pero han sido guiados por tradiciones humanas.
Llévalos a tu Palabra.
Muéstrales que tú eres el único mediador, el único Salvador, el único digno de gloria.
Quita la venda de la religiosidad.
Despierta una generación que tenga hambre de verdad.
Una generación que te busque en espíritu y en verdad, y que no tema soltar lo que no viene de ti.
Glorifícate, Señor, en cada corazón sincero que hoy lee estas palabras.
Amén.
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