
Una reflexión cristiana sobre las “coronas de misa” y la fe verdadera
Hace poco viví una experiencia que me dejó con el alma inquieta.
Una de esas situaciones que, sin esperarlo, te confronta con realidades espirituales profundas, y te obliga a discernir entre la emoción del momento y la verdad de la Palabra.
La mamá de una conocida había fallecido.
Y como muestra de afecto, un grupo de amigas decidimos acompañarla con un detalle: flores, una tarjeta, una ayuda económica.
Pero en medio de las propuestas, una amiga sugirió una “corona de misa”.
Según ella, era más económica… y además “eterna”.
Confundida, le pedí que me explicara. Más tarde me envió la información oficial: por una “donación” de entre 30 y 50 soles (8 y 14 USD), ofrecida por la llamada Comisaría de Tierra Santa, se podía obtener una especie de patente espiritual. El nombre del difunto sería inscrito en Tierra Santa, y se celebrarían misas por su alma.
No solo por un año… sino incluso a perpetuidad.
Una membresía de oración.
Un certificado de paz eterna.
Un acto litúrgico… con precio fijo.
Me estremeció.
Un eco del pasado que sigue presente
Inmediatamente recordé las famosas 95 tesis de Martín Lutero.
Recordé por qué fueron escritas, por qué causaron revuelo, por qué encendieron la Reforma.
La venta de indulgencias era en su momento la más evidente muestra de corrupción espiritual: prometer salvación o alivio del castigo eterno… a cambio de dinero.
Hoy, más de cinco siglos después, lo llamamos distinto.
Ya no hablamos de indulgencias, sino de “misas por el alma”, “intenciones perpetuas”, “donaciones espirituales”.
Pero el fondo es el mismo:
la pretensión de que los bienes eternos puedan obtenerse con aportes humanos.
“Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre.”
— 1 Timoteo 2:5 (NVI)
“Está establecido que los seres humanos mueran una sola vez, y después venga el juicio.”
— Hebreos 9:27 (NVI)
¿Por qué aún existen estas prácticas?
Entonces, ¿por qué siguen existiendo estas costumbres?
¿Por qué, a pesar de lo que enseña claramente la Escritura, todavía se promueven misas por los muertos, pagos por intenciones, certificados de oración y rituales con tarifas?
Porque hay dolor. Porque hay incertidumbre. Porque hay corazones rotos que buscan consuelo.
Y en medio de esa vulnerabilidad emocional, hay quienes —quizás sin plena conciencia— ofrecen productos religiosos que prometen alivio espiritual tanto para los vivos como para los muertos.
Pero debemos decirlo con amor y con firmeza:
el Evangelio no necesita ser envuelto en papel de regalo ni vendido como consuelo personalizado.
No es lícito, ni es piadoso, aprovecharse del sufrimiento humano para ofrecer un “servicio litúrgico” con garantías de eternidad.
La salvación no se compra. El consuelo genuino no se factura.
Cuando el templo se convierte en mercado
Jesús no fue indiferente cuando vio la fe convertida en comercio.
Su reacción en el templo fue clara, directa, santa:
“Mi casa será llamada casa de oración; pero ustedes la han convertido en una cueva de ladrones.”
— Mateo 21:13 (NVI)
Cristo no condenó el deseo de buscar a Dios, sino la manipulación de ese deseo.
Y aquí viene una pregunta que todas debemos hacernos:
¿Qué ocurre cuando una iglesia, institución o grupo ofrece beneficios espirituales a cambio de dinero… aunque les ponga nombres suaves como “donaciones”, “intenciones” o “inscripciones”?
Debemos, como hijas de Dios, detenernos, orar, y examinarlo todo a la luz de la Escritura.
¿Esto glorifica a Dios?
¿O perpetúa una tradición sin fundamento bíblico?
Cuando una práctica no se sostiene en la Palabra, por muy emotiva o popular que sea, merece ser puesta bajo el discernimiento del Espíritu Santo.
No por orgullo. No por crítica vacía.
Sino por obediencia y por amor a la verdad.
“Porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los que está santificando.”
— Hebreos 10:14 (NVI)
Entonces, ¿qué podemos hacer como creyentes?
Ante estas realidades, no nos toca quedarnos calladas ni actuar con soberbia.
Nos toca actuar con compasión, firmeza y verdad.
1. Educar con amor
Muchas personas participan en estas prácticas por tradición, no por rebeldía.
No buscan desafiar a Dios, simplemente no conocen lo que Él ha dicho en Su Palabra.
Allí es donde entra nuestra responsabilidad: enseñar con paciencia, con ternura, sin altivez, pero con fidelidad a la verdad.
2. Acompañar con compasión real
En lugar de enviar una “corona de misa” pagada, ¿por qué no orar sinceramente, abrazar con presencia, llorar con los que lloran y consolar con la esperanza de la resurrección en Cristo?
Las lágrimas que se secan con amor valen más que mil rituales impersonales.
3. Predicar el Evangelio completo
No hay paz más duradera que la que viene del conocimiento del Evangelio verdadero.
Jesús es el único que salva.
Él es el único que intercede.
Él es el único que da vida eterna a quienes creen en su nombre.
Y esa paz no necesita inscripción ni certificado.
Solo necesita un corazón dispuesto a creer.
Conclusión: Volver a lo eterno… sin precio
No se trata de atacar. Se trata de discernir.
El dolor de perder a un ser querido nunca debe ser utilizado como plataforma para vender esperanza.
Tampoco podemos permitir que el amor por las tradiciones empañe la verdad del Evangelio.
“Examínenlo todo; retengan lo bueno.”
— 1 Tesalonicenses 5:21 (NVI)
“Por eso puede salvar para siempre a los que por medio de él se acercan a Dios, ya que vive siempre para interceder por ellos.”
— Hebreos 7:25 (NVI)
No necesitamos pagar para que oren por nosotros.
Ya tenemos al más grande intercesor: Cristo mismo.
Él vive. Él intercede. Él basta.
Y eso, amados lectores, no tiene precio.